Marchita felicidad que reincide.


Fuimos cintas magnetofónicas destripadas,
por la ventanilla,
al preciosista baile del viento y los kilómetros.


Y en cada cambio de rasante, en todas las curvas,
desafiábamos a la encapuchada.
Esquibamos la siega al borde del despeño.

Y del embriagador elixir de los flujos,
fuimos el rubor. Arañazos, chupetones.


Solos, únicos,
en la multitud que fue tan sólo decorado,
inerte, inútil e inválida; juntos.

Desvelos por un punto último,
una incognita de dolor.
Una variable con ojos de asesina,
terminadora.


Pero ni los finales son para siempre
y el circulo es cerrado.

Y aunque tu diadema no es ya de doce estrellas,
las circonitas brillan como mil soles al adentrarse al tunel.
Como el de un tren chirria el freno, pero la luz avanza al firmamento.


Pues,
si creo en la eternidad es para sonreirla sin soledad;
de tu mano.

7 comentarios:

  1. Tienes una gran capacidad de impregnar de romance tus finales.
    El arte del principio es excelente. Me gusta mucho tu estilo.
    Abrazo, amigo!

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  2. Que bonita ha quedado la ilustración con color!! Me encanta!! Y las letras que la acompañan... 😍 Precioso!! Lo comparto con mucho gusto, Miguel!! Abraaazooooo

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  3. Gracias amigos por animar en esta primera entrada oficial y abierta a cpmentarios. Me encanta que aparezca la buena gente por aqui. Abrazos!

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  4. Muy hermoso y original poema, acompañado de unas viñetas preciosas, tan coloristas que infunden una alegría solo equiparable a su contenido. Mie felicitaciones, querido Miguel Ángel. Besos!!!

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  5. Una ilustración preciosa acompañada de no menos preciosos versos, Miguel Ángel.
    ¡Y qué sería la eternidad sin amor!
    Original, y visualmente hermosa.

    Un beso veraniego;)

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  6. Quiero tener una diadema aunque sea de una estrella, te estoy retomando... un beso!

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